MESTIZOS

(Del latín tardío mixticius, mixto, mezclado).

3. adj. Dicho de la cultura o de los hechos espirituales provenientes de la mezcla de distintas culturas.
-Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española-

Dentro de las jornadas “Palma ciutat del món” se presenta esta propuesta con la intención de mostrar las visiones de diferentes artistas plásticos sobre la evidente metamorfosis que está experimentando la moderna noción de ciudad y las nuevas relaciones que se suscitan entre sus miembros, los ciudadanos. Las urbes han entrado en un proceso de imparable mutación donde los importantes flujos migratorios a nivel mundial, el cada vez más frecuente y cercano contacto entre las diferentes culturas y el efecto globalizador de los nuevos medios de comunicación y difusión, provocan que el concepto de ciudad se esté redefiniendo a gran velocidad. Las distancias no son las mismas, las fronteras no tienen el mismo alcance y las ideas de nacionalidad e identidad han variado sus contenidos; se está generando una nueva sociedad y las relaciones humanas y culturales que le son propias están cambiando.

Los artistas sinceros son tipos militantes, como mínimo de sus propias ideas, y lo que aquí nos proponen es una singular representación de sus particulares perspectivas. Son visiones positivas, críticas, pesimistas, esperanzadoras o reivindicativas, pero todas se manifiestan sobre este mundo mestizo que se está configurando. Los medios de expresión de los que se valen son múltiples: desde la vídeocreación a la pintura, pasando por la fotografía, la instalación o la escultura y, siempre, conformando piezas donde prima el concepto, el mensaje, sin obviar una estética marcadamente contemporánea que reviste sus piezas de ese halo de modernidad necesario para conectar con una propuesta de contenido plenamente actual.

Algunos de los planteamientos que los artistas realizan recogen el doble problema que se origina: la aceptación que de estas nuevas relaciones se hace por quienes ya estaban allí y la forma en la que se integran los que se incorporan a estas sociedades. Es evidente que una extraordinaria diversidad está germinando en las ciudades pero, como señala Giovanni Sartori[1], la multiculturalidad es tan sólo una cuestión fáctica, una situación completamente objetiva: la existencia de diferentes culturas en un mismo espacio. Lo verdaderamente importante es la aceptación, el talante, con el que los ciudadanos asumen esta coexistencia, surgiendo un concepto trascendental y totalmente subjetivo: el pluralismo cultural. Este pluralismo implica tolerancia, reciprocidad y consenso, una sociedad puede ser multicultural de hecho pero, al carecer de la voluntad de aceptar, respetar, convivir, valorar y enriquecerse con otras culturas, no ser plural. Es innegable que Palma comienza a ser una ciudad multicultural pero ¿somos una ciudad plural?

Deberíamos serlo; todo lo que tenemos es la suma de innumerables aportaciones propiciadas por las diferentes culturas con las que hemos tenido contacto y eso nos ha hecho ser lo que somos: nos ha dotado de nuestra propia identidad. Nuestra principal inseguridad radica en el temor a perder la propia esencia, en nuestro recelo a lo desconocido y en el miedo a que se vea modificado nuestro bienestar e integridad. Pero ¿la integridad de lo nuestro es menor cuando compartimos? Tenemos la inmensa suerte de que la cultura es algo infinito, un ente que crece a medida que se le suman nuevas aportaciones, lo fundamental es que estas aportaciones no se solapen, no anulen y no limiten lo anterior, sino que verdaderamente sumen y cuanto más mejor.

De hecho es la globalización mal entendida, un monoculturalismo unificador y un moderno colonialismo despiadado en el que occidente y, más concretamente, la cultura americana imponen su supremacía, lo que realmente puede hacernos perder nuestra verdadera esencia. Es esta tiranía la que dificulta al individuo la comprensión de las culturas que, en principio, le son ajenas y es esta homogenización embrutecedora la que bloquea nuestra tolerancia hacia lo que nos resulta extraño, desconocido o simplemente diferente. Aquí es donde el contacto entre culturas, entre formas diversas de entender la vida, se convierte en fricción y es en este punto donde surgen los verdaderos conflictos.

Desde siempre hemos sido el fruto de sucesivas mezclas, siendo poseedores, ser a ser, de una complejidad suprema e individual, de un maravilloso interés ético y estético, de formas y contenidos, y de una diversidad tremendamente enriquecedora. Es esta heterogeneidad la que debería alimentar al arte actual, pero siempre sin entrar en conflicto con la tradición, asumiéndola y prolongándola en una mutación mestiza, potente e incontenible. El arte se configura como una de nuestras expresiones fundamentales, el arte genuino procede directamente del alma, del espíritu, y eso es lo más esencial de cada uno de nosotros. El arte ha cubierto las necesidades más elementales y las más superfluas del hombre, místicas o materiales, y debe seguir haciéndolo, adaptándose, con su tremenda versatilidad, a esta multiculturalidad en la que ya estamos inmersos. Hay que mezclarse, asumiendo la mezcla como riqueza y no como contagio, y disfrutar de todo lo positivo que nos aporta ¿o es que hay alguien por ahí que no sea mestizo?


[1] SARTORI, Giovanni. “La sociedad Multiétnica, Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros“. Taurus, Madrid, 2002.

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